Era su tercer semestre de su carrera universitaria cuando decidió que eso no era lo más adecuado para una persona con sus aptitudes. De echo, cuando dejó su trabajo y su carrera, no estaba seguro qué era lo más adecuado para sus aptitudes. A veces, por las noches consecuentes a ese cambio tan drástico en su vida, dudaba de sus aptitudes o, mejor aún, de que tuviera alguna.
Por alguna curiosa razón, el se creía una persona rodeada de problemas. No propiamente dicho en el sentido agresivo, si no que sólo creía que su vida bien podría ser más sencilla si no hubiera nacido cinco años después que su hermana y no hubiera desarrollado esa personalidad tan evasiva. Se podría decir que él no hubiera sido muy diferente si hubiera sido hijo único y hubiera nacido en una aldea cercana a una ciudad promedio.
Pero aunque esto a veces le molestaba, a veces pensaba que eso era una ventaja, pues en cierto modo siempre había sido independiente. Era solo que le faltaba encontrar esa pequeña ventaja. Todos sus conflictos internos se reducían a esa cuestión.
El obtuvo su primer empleo antes de dar su primer beso. No es que fuera feo (o eso era lo que el pensaba), sino simplemente era... pues era él, ese era el problema. No le vió ningún inconveniente hasta que estuvo a punto de terminar esa relación. Con el tiempo aprendió que nunca fué realmente un problema.
Ya viviendo sólo, estudiando una carrera nueva (con la ayuda de su padre) y con una trabajo de medio tiempo, veía la vida de un modo diferente. Jamás se consideró una persona madura y responsable. Sólo a medias independiente, pero por lo menos se sentía como una persona con una lámpara de haz láser difuso en una galería oscura, mientras los demás sostenían fluctuantes velas. No era mucho, pero se sentía muy ingenioso a la hora de afrontar problemas.
Era un idiota.
Estaba a punto de terminar su carrera cuando decidió fromalizar su relación con su actual pareja. Antes siquiera de atreverse a tomarse de la mano en público sin temor a ser acosados por parientes y amigos inoportunos, ambos habían acordado jamás contraer matrimonio más allá de las ambiguas leyes civiles. Para ellos, la religión era tan irrelevante en su vida como un roedor lo sería para una Ford tamaño familiar.
Al poco tiempo decidieron vivir juntos. Ambos eran profesionistas y habían llegado a ese acuerdo para hacer más fácil su vida económica. Un fin de semana que paseaba con su padre por el centro de la ciudad, se encontró con su antigua pareja. Se saludaron como dos viejos amigos que se habían prometido amisad eterna pero que el destino se había encargado de apartarlos. Los tres comieron en una taquería que se había echo popular en los últimos años en el viejo barrio comercial. En el ambiente se podía oler el aroma de comida callejera, smog y algo de tensión.
Ella les contó que tenía cinco años casada y ya estaba embarazada de su segundo bebé. El primero era varón y su nombre le resultaba extrañamente familiar. Se despidieron y ella continuó con sus habituales compras y curiosamente él le notó cierto desconcierto al referirse a su pareja y a sus vidas juntos.
Al día siguiente fueron a cenar a la casa de sus padres por motivo de una sencilla reunión familiar. Sólo faltaba su hermano mayor, que había tenido que salir de improvisto, pues uno de sus clientes lo había llamado con urgencia. Toda la familia acosaba a la joven pareja con la idea de traer una niño a sus vidas. Ella aunque con cierta duda, bromeaba y sus ojos tenían breves destellos de ilusión. Él sólo podía atinar a sonreír y seguir la broma.
Al ir al antiguo estudio, que en otrora fuera su habitación, se encontró uno de esos viejos almanaques que solían traer el nombre de algún santo en cada fecha no importante. Instintivamente lo hojeó hasta llegar a su fecha de nacimiento. No estaba su nombre. Recordaba que no todos los almanaques tenían su nombre cuando los miraba de chiquillo. Era algo que le resultaba fácil de recordar, pues hasta los doce años dejó de reprocharle a sus padres que no le hubieran puesto un segundo nombre. Pero eso no fué lo que le llamó la atención, si no el nombre que habían en su fecha de cumpleaños. Era el nombre del pequeño de su antigua novia.
Se echó a reír, en parte burlandose de él mismo, en parte comprendiendo el humor de la irónica vida a la que ya estaba acostumbrado. Volvió con su familia y todos se embriagaron y cantaron hasta que fué hora de retirarse. De no haber sido domingo, así habrían continuado hasta el amanecer.
Recordaba un libro que había leído en su juventud, algo que decía el héroe de esa ópera romantica. Algo de que la vida era una perra fanática de la ironía y de que eso lo había aprendido desde pequeño. Los momentos más hermosos de la vida escapan más rápido que el agua de lluvia a través de los espacios entre ambas manos. Y son fácilmente olvidables. Pero las peores y más incómodas situaciones, se alrgan eternamente y hasta el más mínimo detalle se graba con letras de fuego.
Jamás hasta esemomento, había entendido ese pequeño fragmento: "Con letras de fuego", el en su vida había conocido esa clase de letras. Lo que más se le parecía eran esas sicodélicas figuras de estraños colores espectrales que permitía la nueva tecnología en morteros y cohetones. No distinguía entre un mortero de índole pirotecnico y un mortero que en su volátilmente veía como un aburrio flacucho encargado de la limpieza de una morgue.
No le importaba. No era su especialidad. A esas alturas de su prometedora carrera creía saber todo lo necesario. Y aún más. Creía saber todo lo hay que saber. Creía saberlo todo.
No sabía nada.
Lo descubrió tres años después, cuando el amor de su vida se encontraba conectada a complejos aparatos medicos y consolas de monitoreo en una inmaculada habitación de un prestigiado centro médico. La vida de ambos pendía de un hilo. Habían pasado tres semanas desde que ella había sido herida con numerosos perdigones de un tiro fallido. No habría representado problemas si dos de ellos no hubieran dio a dar a los lugares menos indicados. Uno amenazaba la vida de su pareja, otro amenazaba con dejarla invalida de las caderas hacia abajo si salía copn vida. Un tercer impacto fantasma flajelaba si frágil voluntad y complejo estado mental.
Siempre había sabido que la vida era injusta e irónica. Pero jamás había saboreado las mieles agrias de la amargura en carne propia. En épocas de la inquisición, bien podría haber sido excomulgado, torturado y ejecutado por el Santo Oficio. Nada de esos echos irrelevantes le importaban.
Transcurrieron tres meses. En ese tiempo ella se había librado de las garras de la muerte, pero la demandante atención había originado serios conflictos con su jefe de división y roces con nuevos colegas. Más de los que deseaba con aquellos con los que competía por un jugoso ascenso.
A él no le importaba más que la vida de su elena. Tal determinación le hacía pensar que ni siquiera el bóreas la arrancaría de sus manos. Y con los pies en la tierra, que su reputación le aseguraría un trabajo en cualquier plaza disponible y eso les permitiría sobrevivir mientras sus situaciones mejoraban. Digo "sus" por que siempre se consideraron autonomos, nada posesivos.
Para él, después de que la amenaza de muerte había pasado, todo lo demás eran meros inconvenientes menores. El sentido de la vida era para él sortear esos errores de la mejor manera posible. Y era bueno en eso, aunque no tanto en lo que realmente importaba. Y también era bueno en reconocer eso.
Esa curiosa habilidad que tenía la puso de nuevo a prueba un día la había llevado al centro medico para seguir con la cuestión de la movilidad de las piernas de su elena. Ese día conocieron a un entusiasta doctor que recientemente había recibido su título de posgrado en la facultad de medicina de la universidad. Lo conocieron gracias a un decano de esa universidad, amigo de ambos cuando ellos aún recorrían los pasillos y jardínes de su adorada institución. El decano era famoso por esas historias que rodeaban a su alrededor, aquellas que hablaban sobre su afición por las jovenes estudiantes y que ponían en entre dicho su ética profesional. A él y a elena siempre les causaba gracia todos esos comentarios y poco les interesaba si eran realidad o ficción. Para ellos era el mejor profesor de la universidad. Y aunque con elena se demostraban un poco esas historias por la coqueteante actitud del viejo, el siempre lo vió más como un amigo que como un páris para menelao.
Se veía que era un joven prominente, ansioso de arrasar con el mundo y someterlo a sus pies. Antes de obtener su posgrado, se había especializado en ortopedia. Era la razón por la que acudían a él de entre muchos. Aparte de su notable aptitud profesional, tenía una personalidad que ribalizaba con la de Topogigio y que seguramente lo había echo popular en la preparatoria. Era un tipazo.
A el le cayó en los huevos.
El casi podía percibir la distorsión estática cuando el joven doctor se dirijía a él. Y para colmo, notaba una irritante actitud dirijida a ella. En parte coqueteo, pero eso no era nuevo. Ella no era posedora de un rostro bello, según los canones actuales, pero si nos referimos a su cuerpo ¡uff!, no había objeciones al respecto. Pero hasta eso que no era muy relevante, en este sector del planeta. Si no su adorable personalidad, algo así como una mutante combinación de Hello Kitty y Rey Ayanami, con una chispa del despresiable carisma de una protagonista de telenovela.
Era interesante como ella había terminado en los brazos de nuestro esquizoide morfeo y no con un tipo como el doctor que tenían enfrente. Todo esto le causaba migraña al pasar por su cabeza mientras el doctor vociferaba con voz de barítono los milagros de los adelantados tratamientos en "neuromuscoloesqueletica" y demás vagedaes. Para morfeo todo esto le era tan extraño y, en palabras del doctor, tan repulsivamente irrelevante, como el mortero de la morgue. Hacía muchos minutos que se preguntaba si estaban tratando el problema de elena o estaban en la exposición de tesis del belicoso doctor.
Aunque seguramente él no era más de dos años mayor que el doctor, le seguí pareciendo un mocoso mimado. Podría decirse que elena lo amaba. La froma en que le hablaba acerca de su pronta recuperación la hubiera echo saltar de emoción si sus marchitas piernas se lo hubieran permitido.
Pasaban los meses. Elena comenzaba a dar, otra vez, sus primeros pasos. Morfeo jamás perdió su trabajo y hasta su posición jerárquica había mejorado (ambas cosas no sucedieron sin antes ponerlo en serios aprietos). Pero eso no lo había ayudado mucho en su cada vez más frágil relación con elena. Él sabía que elena jamás lo traicionaría, jamas rompería a su pacto de su amor. No sin previo aviso. Justo como habían "acordado" en su época de tierno noviazgo.
Jamás pensó en pasar los mismo dos veces. Mucho menos que esta vez los papeles se revertieran. Ambos ya lo habían visto venir pero el acabose fué cuando elena fue invitada
a una fiesta del centro medico. Además del viejo decano, ambos tenían conocidos y amigos de sus épocas de universidad. A morfeo poco le importaba el motivo de la fiesta, y menos le importaba que elena estuviera dispuesta a ir aunque el no había sido invitado. Elena había insistido en que la acompañara, pero al saber morfeo que el Dr. Maravilla (como se había acostumbrado a nombrarlo) también asistiría, no había poder humano que lo convenciera de que unos momentos en la fiesta no afectarían al infrome que tenía que preparar. Era fin de semana. Elena no le rogó (nunca lo hacía) y partió rumbo a la fiesta, con esas flamantes zapatillas negras con piedritas brillantes que le había regalado apenas una par de días antes.
Eran las dos de la mañana y seguía trabajando en su dichoso informe cuando escuchó que un auto detenía el motor frente a su modesta (aparentemente) morada. Como una broma de mal gusto ante la a veces exagerada propiedad de elena, morfeo había echo pintar de colo purpúreo la fachada su hogar, aún en contra de las insistentes protestas de elena. Aunque a ambos les parecía ridículo, él siempre se la ingeniaba para utilizar el mismo color y con el tiempo habían aprendido a ridicuizar a sus amigos por sus "aburridas viviendas" cuando trataban de mofarse de ellos por la fúnebre fachada.
Morfeo se asomo por la ventana y vió con curiosidad que no era el auto de elena y con aún más inquietud que el que bajaba del coche por el lado del conductor era el Dr. maravilla. Lo que temía era casi tan real como... algo que por poco es real. Vió como el Dr. maravilla ayudaba a elena a bajarse del auto compacto (y deportivo) y un segundo después observó que elena tenía los pies desnudos. Observó como las zapatillas de elena se balanceaban en una mano del odioso Dr. No demoró más tiempo observando esta indeseable escena y salió a su encuentro. Hacía frío y pequeñas gotas humedecían las mejillas de elena. Morefeo salió con chaqueta en mano. Todo el día había estado nublado y alena apenas se había llevado un delgado suéter. Ella tiritaba de frío. Justo cuando el Dr. maravilla observó que morfeo salía de la casa y observó lo que traía en la mano, se apresuró a quitarse su costoso saco y ponero sobre los frágiles hombros de elena. Morfeo lo maldijo por milésima vez y pensó: "hijo de puta, recorres veinte minutos bajo un cielo frío y lluvioso y apenas se te ocurre hacela de romeo. Pues bien, que se te congele el trasero", y se apresuró a ponerse la chaqueta. El doctor, con todo y su elegante camisa de seda, se congeló su caballeroso trasero.
Morfeo lo saludó con un seco apretón de manos y le dijo: "gracias, mañana paso a devolvertelo" refiriendose al saco y custodió a elena hacía la entrada. Se percató de que ella flotaba en una nube etílica. Ella lo conocía demasiado bien y aún ebria no pasó por alto la escena y la la irritación de su esposo. Pero aún lo amaba y apenas estuvieron dentro lo besó tiernamente en los labios. No comprendiendo del todo por que, él la rechazó por un instante, pero como siempre sucedía, terminó rindiendose ante su encanto. Hubieran subido a la alcoba pero no lo hicieron por dos razones: Los fuegos del amor siempre han sido apremiantes y no les importa donde con tal de que sean consumidos; y segundo, no podían subir por que su morada sólo tenía un piso, no como en las viejas películas románticas exitosas. Se desnudaron en la sala. Ella tenía sus pechos húmedos y esto le recordó por un instante a morfeo que afuera llovía y todo lo anterior y lo que no había presenciado en la fiesta. Esa idea lo enfureció, pero elena pareció leer su mente de nuevo e hizo que lo olvidara con su suave movimiento de caderas. Hicieron el amor toda la noche.
A la mañana siguiente, morfeo despertó sobresaltado. Había tenido un sueño desconcertante. Había soñado que viajaba con elena y una repentina criatura del bosque se interponía en su camino. Ella conducía y jamás sobresalió por su habilidad al volante, pero era su cuidado al coducir lo que le daba tranquilidad a morfeo. Ambos se sobresaltaron y el coche salió volando por el acanilado. Ambos murieron aunque no estaba seguro como lo sabía. No le sorprendió despertarse con vida. Tal vez uno sólo se sorprende cuando se despierta muerto. La sensación era tan real y latente que luchó por desperezarse y encontrar a elena a su lado. Ella dormía con la gracia de un ángel. La mitad de ella cubierta por una suave sábana, la otra expuesta a la vista de morfeo. Él la miraba inquisitivamente y se preguntaba a qué hora habían ido a dar a la recámara.
Salió en calzoncillos al patio trasero, que daba a una hermosa vista de un pequeño lago. Es por eso que habían elejido vivir fuera de la ciudad. Su mascota, gary, ese estúpido gato rechoncho corría por el patio, persiguiendo tal vez canarios imaginarios. Siempre le había parecido que ese gato había sido perro en otra vida, pues rara vez se escapaba de casa, no era muy ábil y se había acostubrado a vivir fuera de la casa.
Viendo a gary correr, observando el cielo ocuro techado de nubes, las misma que habían provocado la lluvia de la noche anterior y que amenazaban con tormenta, morfeo percibió en la brisa de la mañana un aroma que no le era desconocido, pero tampoco habitual. No era un aroma natural, era el aroma de algo sugestionado. Esa mañana, morfeo olió el aroma de la desesperanza, de la duda, del destino incierto. Esa mañana descubrió que algo era diferente, que algo estaba cambiando y estaba mal. Esa idea lo desalentaba.
Esa idea le robaba la vida.
Idea "original" de el Clon.